La gran coalición
Después del fracaso del Rey Felipe VI, que encargó a Pedro Sánchez formar Gobierno sin que tuviera los apoyos necesarios para salir airoso del debate de investidura, basta leer los editoriales y artículos de opinión de medios oligárquicos españoles para darnos cuenta, una vez más, de los intereses que defienden y qué Gobierno prefieren. Por tanto, nos esperan semanas de presión mediático-empresarial (las corporaciones del IBEX-35) para convencernos a todas y a todos de lo siguiente:
- El hecho de que no se llegue a un entendimiento para formar un Gobierno, presidido por Sánchez, Rajoy o cualquier otro dirigente del PSOE o el PP, implica enviar el mensaje de que los electores se han equivocado.
- Convocar nuevas elecciones el 26 de junio es un fracaso de eso que llaman ‘clase política’, algo que no se merecen millones de españoles y españolas.
- No obstante, la culpa es y será de los diputados de Podemos, fundamentalmente, así como de fuerzas políticas ancladas en territorios como Valencia, Cataluña y Euskadi.
- Por tanto, para la estabilidad de eso que llaman España, es necesario formar un Gobierno de coalición en cualquiera de sus posibles fórmulas. La más deseada es un pacto a la alemana: PP-PSOE, con Ciudadanos de muleta. En ese caso, correspondería al PP presidir el Gobierno por ser la fuerza con mayor número de diputados. Otra posibilidad, dado que Rajoy rechazó el ofrecimiento del rey Felipe VI, es que Pedro Sánchez mantenga la iniciativa y los poderes fácticos presionen al Partido Popular para que se abstenga en la siguiente votación.
El escenario ya está listo para este burdo sainete, por lo que es preciso evaluar otras posibilidades que extrañamente no figuran en los análisis de intelectuales o de destacados miembros de las fuerzas que se podrían considerar rupturistas con el vetusto régimen monárquico-constitucional de 1978. Eso sí, consideradas rupturistas con todas las precauciones del caso, dada la deriva política que han mostrado unas organizaciones más que otras a lo largo de la última campaña electoral.
El 20-D Podemos obtuvo de media el 12,6% de los votos en el Estado si excluimos los resultados de Galicia, Cataluña y País Valenciano. Es decir, sacó 42 diputados en catorce comunidades autónomas (una media de tres) mientras que consiguió 27 escaños en los otros territorios, una media de nueve diputados. La primera conclusión evidente es que allá donde hubo unidad se triplicaron los resultados en escaños.
Sumado ese 12,6% al 3,7% obtenido por Unidad Popular-Izquierda Unida (UP-IU) resulta un 16,3%, que viene a ser la medida de intención de voto que la fuerza política liderada por Cayo Lara tuvo durante todo 2013 y parte de 2014, hasta poco antes de las elecciones de mayo.
Cambió el escenario
En este contexto, si algo llama la atención en relación con Podemos es el inmovilismo de su cúpula, que sigue enrocada en la misma posición respecto a posibles alianzas, con el resultado de todos conocidos. Porque ya estamos en otro momento, como se ha indicado antes: ahora viene una andanada mediática para hacernos creer que lo mejor para la estabilidad y el futuro de España es el gobierno de la gran coalición (PP-PSOE-Ciudadanos).
Es más, las compañías encuestadoras ya preparan un nuevo escenario donde el principal beneficiado de una convocatoria electoral el 26 de junio sería Ciudadanos, que estaría a muy pocos votos de conseguir suficiente representación como para ser el socio del Partido Popular en el Congreso y facilitar un nuevo Gobierno conservador, de recortes de derechos laborales, sociales y políticos, en beneficio de las elites que siguen moviendo los hilos de sus títeres políticos.
En todo caso, estos resultados de las encuestas se dan sobre la base de una participación similar a la ocurrida el 20-D –en cuanto a la dispersión de las fuerzas ‘rupturistas’–, con un aumento de la abstención. Por ello, la cúpula de Podemos podría refrescar su visión, volver a sus orígenes y ser nuevamente audaces para lograr un salto cualitativo que aumente su intención de voto por encima del 25%. Si no es la cúpula, sus bases, sus círculos, deberían en este momento recobrar fuerzas para levantar la voz y hacer ver a sus dirigentes que hay otras formas de tener un éxito electoral suficiente como para que ese cambio de escenario sea otro bien distinto al que ya preparan los poderes fácticos.
¿Qué hacer? Ante la más que probable convocatoria de nuevas elecciones, Podemos debería abandonar su tacticismo y recuperar la ilusión de parte del electorado desencantado. ¿Cómo? Convocando unas primarias donde se pueda votar una terna, no un candidato; una terna que multiplique los votos. Por ejemplo una terna que incorpore a Ada Colau, tan apreciada en Cataluña como en el resto del Estado, y a Alberto Garzón, el político con mayor aprobación de lejos, muy lejos de Pablo Iglesias. Mal que le pese a Pablo Iglesias, que confunde el Congreso con un plató de televisión, debe darse cuenta de que él mismo es ya un obstáculo para el crecimiento político-electoral de Podemos.
La generosidad de una decisión como esa, convocar primarias para decidir una terna como la señalada –una persona candidata a la Presidencia y dos a sendas Vicepresidencias– más un programa político de mínimos, supondría el inicio de la construcción real de un proyecto político común constituyente, más amplio, republicano, con la presencia de tres jóvenes con mucho futuro político, lo que por lo demás garantizaría los relevos a largo plazo. Esas primarias, por extensión, tendrían que ser abiertas en las circunscripciones provinciales, para multiplicar también las fuerzas allí.
Se trata, ni más ni menos, que las fuerzas rupturistas tejan otra gran coalición, entre ellas y con sus electores, con la gente, como gusta decir a los dirigentes de Podemos aficionados a los significantes vacíos. Tratar de seguir en solitario pescando en los votos de Unidad Popular-Izquierda Unida hasta provocar su presencia simbólica en el Congreso por la injusta ley electoral es una visión sectaria a la par que insensata por lo que nos estamos jugando millones de personas: nuestras propias vidas. Aunque algunos dirigentes nos vean solo como votos.
Porque volverán a ser miles las personas que se activen en campaña electoral para apoyar a Alberto Garzón y su programa político, verdaderamente transformador, y cientos de miles las que volverán a votar por UP-IU. No, como se pretende, por estar anclados en viejos esquemas, para defender puestos de burócratas (otra visión que desdeña a cientos de miles de personas), sino por una cuestión de principios y convicciones irrenunciables.
De igual forma, pensar que el PSOE ha salido desgastado del debate de investidura en lugar de negociar de frente con Izquierda Socialista, una corriente republicana al interior del PSOE que representa alrededor de un 20% de su militancia, es otro error que denota poca altura de miras. Tender la mano a Izquierda Socialista sí sería un torpedo en la línea de flotación del partido de Felipe González y Susana Díaz, pues coloca a esta corriente socialista en la tesitura de seguir en un partido que ha demostrado en su historia reciente que está al servicio de las elites o de soltar amarras definitivamente para ocupar su propio espacio en el seno de una gran coalición rupturista de corte netamente republicano.
Sería imperdonable, y la cúpula de Podemos sería la única responsable y así quedaría en la historia, que no se pudiera articular esa gran coalición rupturista, negociando incluso con fuerzas independentistas para que no se presenten a las elecciones y que el voto vaya a multiplicarse, precisamente, a esa gran coalición, garantizando así la celebración de un referéndum democrático al que tienen derechos los pueblos del Estado español.
Es completamente absurdo que los independentistas catalanes, por ejemplo, legitimen al corrupto régimen monárquico-parlamentario español presentándose a las elecciones para ocupar escaños en el Congreso. Esos cientos de miles de votos irían a fuerzas rupturistas, minimizando los costos de una Ley electoral injusta. Al respecto, hay que decir que los independentistas canarios son más coherentes (quizás también porque siguen siendo minoritarios), pues simplemente no presentan candidatos al Congreso.
Bien distinto es, no obstante, que no sobre nadie a la hora de trabajar en las calles codo con codo para presentar una enmienda a la totalidad al régimen de 1978. Con un programa político rupturista al mismo tiempo que participativo y que incluya a todas las fuerzas políticas de esa gran coalición plurinacional y popular. El Rey Felipe VI, heredero del régimen corrupto que tuvo como uno de los principales arquitectos a su padre, cazador de elefantes indefensos y de osos borrachos, ya ha vivido su primer fracaso con la no investidura de Pedro Sánchez; las elites que siempre han ganado aunque no se presenten a las elecciones no van a permitir otro fiasco del sistema monárquico-parlamentario.
No darse cuenta que cambió el escenario, que estamos en otro momento histórico distinto al anterior al 20-D, denotaría una gran miopía política, en especial por aquellos que alardean de lucidez estratégica y táctica. Es la hora de abandonar los significantes vacíos, de dar contenido a la política, de bajar de las nubes, refrescarse, y pensar en los millones de personas víctimas de las políticas neoliberales que no pueden seguir esperando. Para ello, lo primero que ha de hacerse hasta el 26 de junio es llevar al Congreso las iniciativas parlamentarias precisas para derogar todas las leyes retrógradas aprobadas por el PP y aprobar un Plan de Emergencia Social –cuantificado económica y socialmente– como el que propuso UP-IU en la pasada campaña electoral. Se aprobaran o no las medidas, se visualizaría así el programa político de la gran coalición rupturista y cada fuerza política quedaría retratada para la próxima campaña electoral. A menos que PP-PSOE y Ciudadanos aborten la convocatoria de la segunda vuelta electoral.