El feminismo está de moda…
…y las partidas presupuestarias para la igualdad, también
Cada día nos encontramos en prensa alguna noticia que deja en evidencia a la sociedad patriarcal en la que vivimos: asesinatos machistas, actitudes y comentarios machistas de los políticos de turno, presidentes misóginos electos o escritores que acuñan el término feminazi y se atreven a hablar de “feminismo necesario” y “talibanismo radical” desde la más absoluta ignorancia y mala intención.
Si bien es cierto que esto es lo que nos encontramos a diario, no podemos negar que últimamente parece que no somos las únicas que lo vemos y lo criticamos. Parece ser, como digo, que somos más ojos y más bocas críticas. Si una feminista de la década de los setenta despertara en este mismo instante y en este mismo lugar, se daría cuenta de cómo han cambiado las cosas en lo que a la etiqueta del feminismo se refiere. Porque sí, reconozcámoslo, y ¿por qué no? celebrémoslo, el feminismo está de moda.
Lo negativo del asunto, lo que no nos hace estar tan contentas como podría estarlo esta feminista de los setenta en esta “nueva” sociedad, aparece cuando nos damos cuenta de que se trata de eso, una simple moda, y como ocurre en todas las modas, el feminismo se convierte en algo superficial y momentáneo. Cada vez existen menos discursos fruto de la reflexión, la lectura o las vivencias compartidas, sino que se trata más bien de una apariencia. Un conglomerado de un poco de sentido común, unas cuentas consignas aprendidas y repetidas, y un poco de reparo para hacer y decir fuera de casa lo que en realidad es un automatismo dentro de ella.
Esta tendencia que se viene dando de un tiempo a esta parte dentro del auge del feminismo es un arma de doble filo. Mientras nos sentimos más apoyadas, los discursos se vuelven tibios y van perdiendo credibilidad.
Sin darnos cuenta, de repente, existen apoyos a la lucha feminista desde todos los ámbitos llegando a generarse organizaciones de todo tipo. Un ejemplo de ello son los colectivos de hombres por la igualdad. Se trata de colectivos compuestos únicamente por hombres que han decidido trabajar el “desempoderamiento”, lo que entiendo como un intento de acabar con sus privilegios. Sí, un grupo de privilegiados que acaba con sus privilegios reuniéndose con otros privilegiados para conseguirlo.
Resulta cuanto menos inquietante pensar que empresarios se reúnan con otros empresarios para luchar por los derechos de los y las trabajadoras. Pero en el feminismo hay espacio para todas las propuestas subversivas y todas las personas que traten de sumar, por muy inquietante que parezca y a pesar de la desconfianza que pueda generar.
El problema real llega cuando parece ser más válida la lucha de estos colectivos de hombres, por ser precisamente hombres. Algo que me recuerda al aumento del valor del discurso si es un hombre quien lo defiende (una de tantas luchas feministas). Y digo que parece ser más válida la lucha cuando es emprendida por ellos porque de un tiempo a esta parte, la mayoría de las entidades públicas y académicas, abogan por la difusión del trabajo de dichos colectivos, ya sea vía partidas presupuestarias destinadas a la igualdad o en estudios sobre las “nuevas masculinidades” —lo que considero se trata de un error incluso etimológico, pues no se trata de seguir generando ni potenciando patrones masculinos o “femeninos”, ni nuevos ni viejos, sino más bien de romper con ese binomio hegemónico en el sistema patriarcal—.
Una vez más, siento que instituciones y movimiento social no van de la mano, y que el triunfo de la moda del “bienquedismo” y del discurso tibio se apodera de los recursos que nos quedan para seguir avanzando en la lucha feminista.
El feminismo va de la recuperación y conquista de derechos, espacios, libertades, cuerpos y vidas de las mujeres. No nos olvidemos.