Sin techo, y sin que a nadie le importe
Saskia Sassen afirma que asistimos al “final de la lógica inclusiva” que gobernó la economía tras la II Guerra Mundial” y entramos en una nueva fase del capitalismo avanzado: “la de la expulsión”. En esta etapa el sistema nos enfrenta a una serie -imponente y diversificada- de expulsiones: clases medias, refugiados, desplazadas por el cambio climático, de la enseñanza pública y la sanidad… Tantas expulsiones que la socióloga holandesa en su ensayo Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global, las describe como innumerables “rupturas en curso”. Sassen también habla de las expulsiones próximas: “El momento de la expulsión es el momento en el que una condición familiar pasa a ser extrema: no se es simplemente pobre sino que no se tiene casa, se está hambriento, se vive en un barracón”.
Ocho años después de la crisis financiera, las islas han cambiado profundamente, lo que estamos llamando “desigualdad” se acerca más al concepto de “expulsión” de Sassen. Sin un sistema de salud mental, un plan de protección para los ancianos, planes de emergencia habitacional que den salida a quien lo perdió todo, nuestras calles se han llenado de homeless, sin techo o, más acertado, “expulsados”.
Sin cifras oficiales, porque las instituciones canarias se mueven entre la indolencia, la frivolidad y la incapacidad, tomamos los datos de Cáritas: 2.000 personas viven al raso en Canarias. En Santa Cruz, 200. Pocas salidas porque durante los años de vacas gordas no se desarrollaron las políticas sociales necesarias. En Santa Cruz, la ciudad del Auditorio de Calatrava, del TEA de Herzog y De Meuron y del millón que bailó en el Carnaval, hay un solo albergue municipal. Allí conviven ancianos, personas con problemas de salud mental y personas sin hogar. Todas juntas. Algunos de los que viven en el Pancho Camurria dicen que prefieren su chabolo a una noche allí. “Mi chabolo comparado con eso es el Mencey. Da terror”.
A esto se refiere Sassen cuando habla de expulsión.